25.1.10
Baarìa
Le pregunté a un amigo italiano qué le parecían las películas de Giuseppe Tornatore, y dijo que tanto él como sus amigos cercanos -de la izquierda intelectual, por si a alguien le interesa- preferían a otros directores de ese país. La queja principal contra Tornatore es que sobrecarga sus cintas con melodrama.
Y bueno... es cierto. Tenemos el caso de Nuovo Cinema Paradiso, El fabricante de estrellas, Todos estamos bien y Malena. Con La leyenda de 1900 existe la explicación de que se trata de una adaptación del monólogo de Alessandro Baricco. Pero si analizamos el cine desde el punto de vista del gusto, y no nos entrampamos en códigos más complicados, me quedo con Tornatore como uno de mis favoritos.
Baarìa, su trabajo más reciente, comparte características de sus películas anteriores: tiene muchos elementos autobiográficos, está ambientada en Sicilia, la música es de Ennio Morricone -¡fabuloso!- y es una remembranza. Sin embargo, creo que ha sabido colocar una brida al exceso de melodrama.
El nombre de la película es una mutación del nombre del pueblo natal del director: Bagheria. Así es como la llaman en el dialecto local. Se narra aquí la historia del padre, que proviene de una familia campesina y se integra en la juventud al partido comunista, donde poco a poco asciende hasta obtener puestos importantes. A lo largo de la cinta vemos la transformación de Pepino -el protagonista-, su matrimonio, la creación del hogar y la partida de su segundo hijo, quien se marcha para continuar sus estudios. Pero al mismo tiempo vemos algunos de los acontecimientos que acompañaron a Italia en el siglo XX: las guerras mundiales, el ascenso y caída del fascismo, el establecimiento de la era democrática, el incremento del poder de la mafia y la formación del estado moderno.
La interrelación entre los mundos que Pepino habita es un punto de conflicto permanente, pues su trabajo en el partido lo mantiene alejado por largas temporadas del hogar. Cuando sus hijos crecen, por otra parte, descubren que otros muchachos consideran a Pepino un reaccionario, que ha cedido sus ideales a los intereses políticos. Hay dos escenas que me gustan mucho: en la primera Pepino, que de niño era pastor -entre otras cosas- observa a la pequeña Bagheria desde lo alto de una montaña. En la edad adulta se encuentra en el mismo lugar con su esposa e hijos, y observa la enorme mancha de concreto y calles en la que se ha convertido su ciudad.
Los rostros cambian, la ciudad de calles polvorientas se transforma en una urbe asfaltada con embotellamientos de tránsito y antenas de televisión. La guerra de Vietnam está en su apogeo y los muchachos protestan contra la intervención. Las muchachas visten minifalda y el rock and roll reina en las radios. El chiquillo Pepino ha visto como en una premonición lo que será su vida, y no tiene por qué apresurarse. En un segundo vuelve a los juegos infantiles, a las calles polvorientas, a los zapatos rotos, a las risas que surgen a pesar de la pobreza que lo acompaña todos los días.
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