12.4.16

Borges en San Salvador

En el sueño yo caminaba cerca de la Iglesia El Calvario. Llevaba unos libros en las manos, y con ellos trataba de ocultar mi anillo de matrimonio. Me dirigía a una librería de viejo, cuando al otro lado de la calle observé a Borges que caminaba del brazo de otro hombre que le servía de guía.
El otro hombre, lo supe de inmediato, era un periodista mexicano. Él y Borges entraron a una barbería. Los seguí, y al entrar descubrí que se habían sentado al final de la habitación, en espera de su turno para que alguno de ellos se pusiera en manos del peluquero. Me senté muy cerca del periodista y escuché que éste, grabadora en mano, le pedía a Borges que recitara unos versos de un poeta del que jamás había escuchado.
Borges comenzó a hablar para la grabadora. Los versos eran desconocidos para mí. Alguna vez había escuchado su voz, pero la que utilizó en el sueño no se parecía en nada a la de mis recuerdos. Era la voz de un anciano, por supuesto, pero con un acento local. De repente, apareció una cama a la par del escritor, quien le dijo al reportero que deseaba dormir un momento. Borges se echó en la cama, dándonos la espalda.
Unos segundos después apareció una mesa junto a la cama. Un joven y dos muchachas se sentaron a la mesa a almorzar. La barbería se había transformado en un comedor con mesas en el centro y camas junto a las paredes. Las muchachas se sentaron en la cama donde Borges dormía, y brincaron tanto que hicieron que éste se levantara enfadado y fuera a tientas a buscar otra cama donde pudiera descansar.
De inmediato la mesa desapareció. Las muchachas hicieron mutis y el joven se aproximó a la cama donde Borges estaba acostado. Le dijo algo que no logré escuchar. Borges se levantó. Era un hombre rejuvenecido, como en la época en la que no había perdido la vista. Sonrió al joven al verlo y se dieron un beso en la boca. Cantaron una canción con una letra estúpida y se dieron abrazos y palmadas en la cabeza.

En ese momento desperté.