28.5.13

Una mala película de hombres lobo



El hombre de traje barato sostenía la lámpara e iluminaba al motorista del autobús, quien intentaba remover los pernos de la llanta baja con unas pinzas. El hombre de ropas descuidadas los miraba. La mujer se moría de impaciencia. Preguntó de nuevo:
   —¿Cuánto tiempo falta?
   El motorista se encogió de hombros. La mujer se cocinaba en su bilis. Maldecía a su jefe por enviarla a visitar las sucursales del banco en autobús. Ahora estaba estancada en ese páramo apartado, en mitad de la noche. Sus únicos acompañantes eran esos tres hombres. 
   —¡Maldición! –dijo la mujer al motorista-. Me quejaré con su jefe. 
   Se apartó del grupo. El hombre de traje barato sonrió y le guiñó un ojo. 
   —Cuando lleguemos le venderé un auto a buen precio. Puede hacer el primer pago en treinta días. 
   El hombre de aspecto desharrapado se acercó al vendedor de autos. Se aliviaba de que la mujer se alejara.
   —Esto me recuerda a la película del hombre lobo americano en Londres. Cuando los dos amigos se marchan a campo traviesa, los atacó el monstruo. 
   —¿También se les averió el autobús? –preguntó el vendedor. 
   —No, pero su situación era parecida a la nuestra: estamos en un lugar apartado, no hay un alma en cientos de kilómetros y está saliendo la luna. 
   Los dos hombres miraron al horizonte. La luna llena asomaba sobre las montañas. 
   —Solo falta la neblina para añadirle suspenso a la noche– dijo el hombre de ropa descuidada-. Así como en Frankenstein contra el hombre lobo. 
   La mujer se acercó al grupo y escuchó las palabras del cinéfilo. Lo miró con extrañeza. Él se incomodó y dijo: 
   —Estaba hablando de una película vieja. 
   La mujer olvidó pronto al hombre de ropas descuidadas y volvió al disgusto que sentía hacia su jefe. No le perdonaría esa noche tan desagradable.
   —¿Y bien? –preguntó al motorista- ¿Se dará por vencido y llamará a un mecánico? 
   El motorista no respondió. Se incorporó y abrió el compartimiento de equipajes. Después subió al autobús.
   —¡No entiendo cómo pudo olvidar sus herramientas! –gruñó la mujer. 
   —No debería enfadarlo –dijo el cinéfilo-. Hace lo que puede. 
   La mujer lo ignoró y encendió un cigarrillo. 
   —¿Y qué sucede en esas películas de hombres lobo? –preguntó el vendedor-. ¿Cómo sabe en qué momento van a atacar? 
   —Por la música de suspenso –dijo el cinéfilo –, o por un ruido extraño en el sótano. 
   Acababa de pronunciar esas palabras cuando se oyó un crujido que provenía del compartimiento de equipajes. 
   —¿Qué demonios…? 
   Los tres pasajeros se asustaron. Retrocedieron al mismo tiempo y quisieron subir al autobús. La puerta no cedió. 
   —¡Abra la puerta! –gritó la mujer, pero el motorista no se movió. Parecía muerto. 
   Un ruido más fuerte los hizo mirar atrás. Del costado del vehículo surgió una mano pálida, con grandes venas moradas. El vampiro se irguió bajo la luz de la luna.