Conocí a un anciano que me inspiró mucha tristeza. Nos encontramos a la salida del bosque que crece junto al río negro. Me invitó a sentarme a la sombra de un árbol. Vimos el correr de las aguas durante horas, sin proferir una palabra. Luego me dijo, en un tono sombrío, que había encontrado un libro que relataba su vida.
-Tiene detalles que había olvidado, que creía insignificantes –dijo el anciano-. ¿Por qué le habrán parecido importantes al autor?
No comprendí al principio de qué me hablaba. Le pregunté por el origen del libro, por el autor. No sabía mayores detalles. Dijo que encontró el texto en casa de un amigo. Éste no sabía cómo había llegado a sus manos.
-Mi amigo lo leyó hace varios años. No le concedió gran importancia. Para él era un libro insulso.
El anciano se sintió herido al escuchar las palabras de su amigo. Su vida había sido insulsa, una página olvidada de un libro sin valor. Una nota pálida que se desvanecía de un cuaderno desangrado.
-Pero debe haber algo que sí fuera importante –traté de animarlo-. Tal vez sus hijos…
-No. El único hecho notorio en mi vida ha sido mi estancia en Éynix.
El libro había desaparecido. Cuando su autor llegó al límite de cien años en Éynix, todas las cosas que había elaborado se desvanecieron. El anciano había olvidado transcribir el texto para evitar su pérdida.
-Ahora pienso que no fue un olvido –dijo el anciano-. Es que ya conocía todo lo que estaba escrito. No creí necesario guardar esos recuerdos.
Hablamos toda la noche. Me contó varios detalles de su vida. Había sido tan vulgar y corriente como la mía. Éynix era nuestro único vínculo, el único hecho luminoso de nuestro periplo. Nos despedimos cuando el día surgió sobre nuestras cabezas. Nunca más volví a verlo.
Me pregunto si algún día encontraré un libro que relate mi existencia.
26.10.07
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2 comentarios:
Considero que ninguna existencia es vulgar y corriente :)
es solo que una misma historia no tiene igual importancia para todos.
Me pregunto, cuántas hermosas historias aún no se han escrito o talvés nunca salgan de ese nidito en nuestras cabezas, porque las consideramos solo nuestras.
Creo que ahí radica parte de la belleza de la literatura: episodios que creíamos banales son convertidos en arte. Historias que creíamos vulgares son recreadas siglos después por sus sorprendidos lectores.
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