La semana pasada estuvo en el país un amigo que vive en Canadá. Cada vez que viene nos citamos, junto con otros amigos, en un restaurante donde uno de los platillos principales son las costillas de cerdo. Las preparan muy bien.
El domingo pasado fuimos de nuevo con este amigo al restaurante, pues acostumbramos darle ahí la despedida. Almorzamos y luego uno de nosotros lo lleva al aeropuerto. Pedimos dos platos de costillas de cerdo, acompañadas de cebollas y tortillas fritas. Si mi doctora lo supiera me colgaría de un árbol.
Yo pensaba que sólo durante las visitas a ese restaurante comía costillas de cerdo, pero dio la casualidad que ahora compré en el almuerzo sopa de frijoles blancos. Ahí encontré nadando las costillas, y vieran que saben muy bien luego de una mañana ajetreada. Por suerte para mi colesterol que sólo las consumo muy de vez en cuando.
No sé cómo empezó la tradición de despedir a este amigo con un almuerzo de costillas, pero lo cierto es que ya quedó establecida. Lo curioso del caso es que sólo en esas ocasiones llego ahí. Nunca se me ha ocurrido ir al restaurante por mi cuenta. Si alguna vez lo hago, seguro que pediré otro platillo. Las costillas están reservadas para cuando mi amigo venga de nuevo al país.
14.10.08
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Lo mismo hay librerías o restaurantes a lo que uno necesita ir solo, sin ninguna compañía más que la de nuestra conciencia.
Publicar un comentario