En estas últimas semanas ha ocurrido un fenómeno contrario al habitual. En la Tierra de collares no nos asombra cuando un amigo nos dice que se marcha del país para buscar fuera mejores horizontes. Pero en esta ocasión, dos amigos míos anunciaron su regreso.
Uno de estos amigos llevaba tres años fuera del país. Trabajaba en Suramérica. La principal causa del regreso es porque debe resolver algunos problemas familiares. La segunda amiga viene el fin de semana. Llevaba casi una década viviendo en Europa. Regresa por motivos familiares, pero también porque en los países de la Comunidad Europea las restricciones para entregar permisos de trabajo a los extranjeros se han multiplicado.
Me cuesta mucho comprender las razones de Europa para levantar barreras tan altas a la inmigración. Sus tasas de crecimiento poblacional son negativas o muy bajas. Dentro de algunos años deberán abrirse lo quieran o no, para no perder competitividad a nivel internacional. Me cuesta entenderlos también porque, obviamente, soy parte interesada en la discusión. Pertenezco a un país donde se ha reducido nuestra superpoblación a fuerza de enviar a nuestros ciudadanos a otras naciones, donde materializan sus sueños de progreso. Se dice que cada día salen 200 compatriotas a buscar una mejor vida fuera de su tierra natal.
Como decía al principio de esta nota: es raro escuchar que dos amigos vuelven al país con tan pocos días de diferencia. Bienvenidos sean. Ello compensará los cuatro o cinco que quizá abandonen nuestra tierra en el próximo año, a quienes les desearemos la mejor de las suertes y que, si todo les sale bien, no regresarán aquí más que de visita.
27.8.07
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