El narrador recuerda la época en la que el Jefe, un estudiante universitario, entretiene a un grupo de niños a su cargo con las historias del Hombre que ríe. Y como el narrador pertenecía a ese grupo de chicos, observamos cómo viaja nuestro foco de atención desde la primera capa de la fábula -el autobús que recorre las calles de Nueva York- a la segunda -el refugio del Hombre que ríe en China-.
En la primera capa de la fábula, los niños no comprenden por qué el Jefe prefiere prestar su atención a una muchacha y no al Hombre que ríe. Porque en la segunda capa de la fábula, el héroe atraviesa un sinfín de aventuras junto a sus fieles compañeros, despoja a los malvados y regala el botín a los menesterosos. Y no puede ponerse en duda el valor del Hombre que ríe: sin importarle su vida cruza la frontera china y se dirige al tupido bosque que rodea París para rescatar a su lobo.
El narrador comienza a sentir simpatía por la novia del Jefe cuando éste empieza a perder el interés en ella. ¿No sería más sencillo el mundo si fuera como aquél en el que vive el Hombre que ríe? Por lo menos sabríamos a quién dirigirnos en caso de que nos sintiéramos perdidos.
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