12.7.05

El mundo es plano

Acabo de leer el libro "The world is flat", del periodista Thomas Friedman. Es un trabajo a manera de reportaje, en el que el autor interpreta la globalización desde todas sus facetas: orígenes, momento actual y futuro. También añade un capítulo a las amenazas al proceso. Según Friedman, estamos viviendo la tercera etapa de la globalización.

La primera etapa fue la que culminó con la revolución industrial, en la que los países buscaban posicionarse en el ámbito internacional, explotando sus recursos y capacidades especiales. La segunda termina alrededor del año 2000, cuando las empresas multinacionales se encargan de llevarla adelante, explorando el mercado mundial y sacando provecho de sus conocimientos. La tercera, y para mí la más debatible, es la actual, en la que son los individuos, enfrentados al resto del mundo, los que deben aprovechar las herramientas tecnológicas para posicionarse en el mundo.

La disección que Friedman hace sobre los recursos que han permitido la globalización es muy clara. La mayoría de éstas se basan en nuevos recursos tecnológicos como la Internet, las grandes capacidades de comunicación a través de redes de fibra óptica y comunicaciones satelitales y la enorme competencia que ha provocado el software gratuito, como Linux. Pero también hay elementos administrativos como el outsourcing, insourcing y el justo a tiempo (just in time). Con ejemplos muy específicos sobre naciones y empresas, el autor nos lleva por un viaje en el tiempo y el espacio, donde aclara por qué hemos llegado al estado actual.

Hay elementos muy discutibles en este trabajo. Me parece que se deja de lado que mucha de la resistencia a la globalización se debe al histórico papel de interventor de los Estados Unidos a nivel mundial. Es un peso enorme que debe arrastrar, y que aumenta cada vez que George W. Bush declara que su "cruzada" contra el eje del mal apenas está comenzando. Es más que paradójico que Friedman se percate de este último problema, pero no observe que el resto de presidentes de Estados Unidos en el último siglo han hecho lo mismo.

Otro de los puntos con los que no estoy de acuerdo es el que los individuos, por sí solos, pueden insertarse en la comunidad mundial para jugar un papel importante en ella. Creo que no hay otro camino que el de una empresa u organización que catapulte estos esfuerzos individuales para hacerlos visibles. Es lógico también suponer que los individuos, organizaciones y empresas que provengan de los países desarrollados posean muchas más ventajas para subirse al tren de la globalización. Los recursos económicos, educativos y culturales que poseen no son nada despreciables.

Friedman invita a todos los que están en contra de la globalización para organizarse y tirar todos en la misma dirección. Él propone que este paso es necesario para que el proceso se encarrile mejor y logre beneficiar a todo el mundo, y no sólo a unos cuantos. Este consejo, con todo y lo escandaloso que podría parecer, no carece de lógica. ¿Será que tenemos demasiada resistencia al cambio y no hemos tomado en cuenta esta vía? Hay varios países, como Brasil y la India, que parecen estar siguiendo este camino. El debate está abierto.

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