Cuando estaba en el tercer grado tuve un libro de texto magnífico. Era el que utilizaba para la materia de Lenguaje. Lo que me gustaba era que tenía muchas ilustraciones. Estaban diseñadas para que los estudiantes encontraran amena la gramática y el estudio de libros famosos.
La primera mitad mostraba a los diferentes integrantes de un circo, y cada uno de ellos representaba a los elementos de una oración. El hombre fuerte era el verbo. Una bailarina era el adverbio. Y me parece que un heraldo era el que representaba al artículo. Cada oración que se estudiaba tenía su correspondiente fila de figuras del circo. No recuerdo el resto de las imágenes.
La segunda mitad hacía un paralelo entre un viaje de aventuras y el aprendizaje de la lengua. Varios jóvenes vestidos de exploradores arrancaban el viaje por un camino desconocido. Había lecturas que se practicaban en la clase y luego se contestaba una guía. Lo que más me agradó fue que había fragmentos de libros que dejaron una grata impresión en mi cabeza.
Ahí leí por primera vez fragmentos de El Principito, de Saint-Exupèry. Y también episodios de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Las ilustraciones del primero eran, como supondrán, las dibujadas por el propio autor. Las del segundo eran extrañas. Un hombre barbado, con traje de ciudad, montaba un borrico en mitad del campo. Unos niños barrigones se burlaban de él. Eran para el texto llamado El loco.
El título de esta nota pertenece a una de las páginas de ese libro. Había una ilustración en la que varios jóvenes tomaban un descanso, y observaban el camino que aún tenían por cubrir. El texto correspondiente invitaba a recapitular lo aprendido hasta ese momento.
19.1.09
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