Virgen de Guadalupe

En la foto gastada observo mi retrato. Yo tendría un par de años y lloraba a cantaradas. Tenía un traje de manta, como el de algunos indígenas. Junto a mí aparece una prima, un año mayor que yo, que se mantiene impávida. Acaso no comprende la razón de mi protesta. Viste también un traje típico.

La foto tenía como fondo una de las celebraciones del día de la Virgen de Guadalupe, que se celebra cada año con gran entusiasmo en la iglesia que está a la entrada de la ciudad de San Salvador, en la zona de Antiguo Cuscatlán. No recuerdo si alguna vez le pregunté a mi mamá por qué lloraba con tanta desesperación ese día. Mi cara está desfigurada. ¿Sería el inicio de mi aversión a salir retratado?

Recuerdo una visita posterior a la misma iglesia, algunos años después. Vestía de nuevo un traje autóctono. Un par de mujeres, mayores de cuarenta años, vestían una especie de bikini. Se habían untado la piel con betún de zapatos y coronaban sus cabezas con plumas. Por lo que entendí del sermón, era la manera con la que ciertos penitentes cumplían una promesa.

Pasaron muchos años para que regresara el 12 de diciembre a esa iglesia. Había un hombre que desafiaba al público a ganar un frasco lleno de monedas que estaba dentro de otro frasco más grande lleno de agua. En la parte superior había una ranura. Por ahí introduje mi moneda, y supe que si la hacía caer dentro de un platillo ubicado sobre el tesoro, me haría con el premio.

Supongo que la refracción de la luz en el agua era el truco que utilizaba el hombre para evitar que cualquiera se llevara el frasco de monedas. Lo intenté tres veces, y siempre fallé por mucho margen. A mi alrededor, las familias llevaban a sus niños pequeños vestidos con trajes típicos. Los que iban disfrazados de Juan Diego completaban su atuendo con unos bigotes y barba dibujados en la cara, muy parecidos a los que yo tengo dibujados en aquella vieja foto.