20.8.07

Fragmento de uno de los libros viajeros

De La agonía y el éxtasis (Vida de Miguel Ángel), comparto con ustedes el momento en que el escultor observa por primera vez, a la luz del día, al pueblo de Florencia admirando la estatua del David:

Volvió a la Piazza San Firenze y entró en la de la Signoría. Había una multitud detenida ante el David. Reinaba un profundo silencio. En la estatua había algunos pedazos de papel que habían sido pegados durante la noche. Se acercó, por entre la multitud que, respetuosa, le abrió paso. Trató de leer lo que decían aquellos papeles, para pulsar la opinión pública. Se subió a la base de la estatua y leyó. Al llegar al tercer papel, sus ojos estaban húmedos de lágrimas. Todos aquellos mensajes eran de amor, de aceptación:

"Nos ha devuelto nuestra dignidad".
"¡Estamos orgullosos de ser florentinos!".
"¡Ha esculpido una bellísima estatua!".
"¡Bravo!".


Sus ojos se posaron en otro papel. Lo tomó y leyó:

"Todo cuanto mi padre había esperado realizar por Florencia está expresado en su David".
Contessina Ridolfi de Medici.

Contessina había ido a la ciudad durante la noche, deslizándose sin que la viesen los guardianes. Se había arriesgado para ver su David y dejó constancia de su admiración, como los demás florentinos.

Se dio vuelta y quedó frente a la multitud que lo miraba. Se hizo un gran silencio en la plaza. Sin embargo, Miguel Ángel jamás había sentido una comunicación tan total. Era como si se leyesen sus pensamientos mutuos, como si fuesen un solo cuerpo y una sola alma: cada uno de aquellos florentinos que ahora estaban a sus pies, en la plaza, eran parte de sí mismo y él era parte de todos ellos.

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