Cuando vine a Éynix me di cuenta que casi no había construcciones en la aldea. De hecho, casi no había objetos elaborados por manos humanas. Los muebles, utensilios, puertas y paredes tenían inscrito el nombre de quien los había elaborado. La mayoría dormía al aire libre, o en las cuevas. Sólo algunos habían levantado chozas.
En los primeros días de mi llegada me pidieron que fabricara mesas, sillas, libreras y muchas herramientas. Les dije que no era carpintero, pero no les importaba. Con sus consejos elaboré la mayoría de objetos que solicitaron. Escribieron mi nombre en cada uno de ellos, junto con una fecha que no tenía significado para mí.
Fue hasta que vi marcharse a los primeros veteranos cuando comprendí el apuro. Sólo entonces observé la desaparición de los objetos que ellos habían creado. Pero desaparecer no es la palabra adecuada: en realidad es una regresión, una vuelta a los elementos originales. Los árboles tornan a cobrar vida, una vez la madera que les fue arrebatada ha prestado su servicio durante cien años.
Los libros son impresos en máquinas rudimentarias, pero muy efectivas. Durante mis primeros meses aquí tuve que crear moldes, fajas, pernos, tuercas. Cada uno de ellos, por más pequeño que fuese, lleva aún mi nombre. Sustituyeron a las piezas que regresaron cuando su creador llegó al fin de su centuria en esta tierra. Pero también tuve que imprimir los libros. Cientos de ellos, cuatro o cinco copias. No reconocí ninguno de los títulos. Ése fue un misterio que comprendí después.
25.6.07
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2 comentarios:
Hola amigo, desde Mar del Plata, Argentina, un gran abrazo para vos y tu linda tierra de collares
wow
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