Nuestro destino era El Pital, la montaña más alta de la Tierra de collares, con 2730 metros sobre el nivel del mar. El punto de reunión fue la terminal de buses de oriente. Salimos en la 119 hacia San Ignacio. Con nuestro equipaje fue bastante engorroso viajar en un bus lleno. Tres horas después llegamos a la pequeña población y caminamos tres cuadras hacia el próximo enlace.
Luego de media hora de espera ya estábamos preocupados. Se supone que el bus debe pasar a las 9:30 a.m. Sin embargo, nos informaron que ese día se había suspendido el servicio. Nuestro guía preguntó a un conductor de pick-up cuánto cobraba por llevarnos a la cumbre de El Pital. Cuando supo que el grupo era de diez, incluidos tres niños, nos vio cara de gringos y quiso cobrar ¡setenta dólares! Qué bueno que yo no fui a preguntar la tarifa, porque le habría soltado una palabrota en la cara al desgraciado.
Diez minutos después pasó un pick-up conducido por un muchacho. Le preguntamos cuánto cobraba por llevarnos a Río Chiquito. Pidió un dólar por cabeza y apenas había terminado de hablar cuando ya nos estábamos subiendo. El camino tiene mucha pendiente en algunos tramos. No les recomiendo que lo intenten a menos que tengan un carro con tracción en las cuatro ruedas. Media hora después ya habíamos llegado al desvío. De ahí era sólo caminar hacia arriba.
Menos de dos horas después, como a la una de la tarde, ya estábamos en la cumbre. El camino es pesado cuando se sube cargado de "maritates" (equipaje, bultos, etc.). Yo iba con mi bolsa para dormir, comida, ropa para el frío y algunas herramientas indispensables: discman, un libro que llevé a pasear y mi teléfono celular que tenía muy buena cobertura. Armamos nuestro campamento en un sitio donde no azotaba el viento, por lo que no sufrimos de tanto frío como el que seguro padecieron otros campistas. La comida, luego del esfuerzo de la subida, fue un banquete.
Por desgracia el sábado estuvo bastante nublado. Fuimos a un mirador, la Peña Partida, y sólo podíamos ver nubes. Regresamos al campamento. Había más tiendas cerca de las nuestras. Tres personas, que supusimos eran policías en vacaciones, se estaban instalando. La noche llegó rápido. Encendimos la fogata y algunos cocinaron carne seca, pollo y agua caliente para sopas instantáneas. Luego calentamos más agua para el chocolate. Bebida maravillosa para combatir el frío que se aproximaba a los diez grados centígrados. De no ser por el paisaje nuboso de la tarde, habría dicho que la jornada era perfecta.
El viento golpeó fuerte durante la noche, pero en nuestra área de campamento la pared de la montaña nos protegió más de lo que esperaba. A las cinco de la mañana no pude seguir durmiendo. Salí a caminar entre las tiendas. En ocasiones las nubes permitían ver la luna, una que otra estrella y las luces de Nueva Ocotepeque, en Honduras. La espera, sin embargo, tuvo sus frutos. Después del amanecer se hizo el milagro. Las nubes se despejaron lo suficiente para descubrir el sorprendente panorama de nuestra pequeña patria. A la izquierda Chichontepec, el volcán de dos picos. Luego el cerro de Guazapa, con una sección del lago artificial de Suchitlán cerca de sus faldas. Al centro, un poco difuso, el pico agudo del volcán de San Salvador. A la derecha, cubierto por una serpiente de nubes, el volcán de Santa Ana junto a otras elevaciones de la cordillera de Apaneca. Al extremo derecho el cono truncado del volcán El Chingo, fronterizo con Guatemala.
Bellas imágenes reunidas para nosotros desde esa cumbre. Aunque las elevaciones no son tan imponentes como las de otros países me lleno de emoción cada vez que las veo, engalanadas con la luz de la mañana, obsequiándonos con sus variadas formas. Espléndida creación de los dioses.
21.11.05
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
hola me gustaria q tomaran fotos de la quebrada el espejo para q puedan ver en ella el reflejo de la luna
Publicar un comentario