hospital de Main Street.
Necesito una laptop, una laptop parasacarme este ruido del seso.
Tengo vendada la cabeza, un pie torcido, un ojo que busca alotro ojo con obsesiva crueldad.
Así comienza el poema Nocturno, de Alfonso Quijada Urías (para nosotros, Alfonso Kijadurías), que está incluido en el libro Certeza de la duda. He esperado hasta el fin de semana para leerlo sin interrupciones, sin prisas.
El poeta nacido en Quezaltepeque en 1940 se ha convertido en un autor de culto. Lo hemos rodeado de una aureola mística, y convertido en un profeta venido del Oriente. Sin embargo, él es la suma de lecturas y experiencias, de tristezas y alegrías, al igual que nosotros. Su verso es refinado, pulido por los años del oficio de poeta. Comparto a continuación algunas de sus gemas:
Maleficio beneficio
Escribes que estás soñando y en el sueño te ves creando un
esplendor que se escapa de tus manos;
hilaridad del buen juicio, maleficio, mientras sueñas escribes,
y mientras escribes sueñas
y en el sueño ves la selva y una mujer desnuda.
Escribes que estás soñando y en el sueño te miras.
Mentira es todo; ni escribes ni sueñas, ni hay selva ni mujer
desnuda,
sino tan sólo un viejo, un viejo delirante
que juega con el fuego como un niño.
Ausencia presencia
Su boca literaria y conmovida vuelve a llamarme
en el misterio de la biblioteca
donde el pájaro frío de la muerte trina sobre un libro
empastado y cubierto de caracteres de oro,
delicioso manjar de sus ojos y su frente.
Algo de mí, consciente, percibe en este sitio su presencia,
el erudito ruido de sus dedos
entre las finas capas de papel cebolla,
y lo mejor de todo, su risa contagiosa ante el hallazgo leve
de un destello fugaz.
Rumor
Era el canto inconsciente de las criadas, fregando los suelos,
colgando la ropa o pasando los perezosos plumeros
sobre los muebles;
el canto de la amante peinándose frente al espejo, el murmullo
del agua que escucha el enfermo en la antesala de morfina.
El canto sin traducción que flota en el aire del sudoroso
mediodía,
como un mensaje oculto que nos acompaña de la infancia a la
muerte.
El canto que asciende con el humo de las cocinas y penetra
ventanas, pasillos, escalinatas,
cuartos de baño y azoteas,
el canto de las cosas vuelto polvo, remolino en los patios donde
duermen las bestias,
el canto vuelto silbido de prófugo ladrón, del asesino
y el traidor.
El canto de las eras, del tiempo transcurrido, que no
transcurre más.
El canto de la piedra que ya no rueda más. El canto puro del
silencio,
antes y después de la palabra.
1 comentario:
Gracias por compartir los poemas, sobre todo para los que no tendremos acceso al libro... el que más me gustó fue Maleficio Beneficio.
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