15.9.05

100 años

Hoy, de estar viva, mi abuela habría cumplido cien años. Ella murió de complicaciones causadas por la diabetes semanas antes de cumplir 82. El último día de su vida, 30 de julio de 1987, la trasladaron en una ambulancia hasta su casa, donde falleció cuatro horas después.

Mi abuela estuvo internada en el Hospital Rosales, donde luego de varios días la dejaron salir, pues los médicos consideraron que no había nada más que hacer. Fui yo quien tuve que llamar a mi papá por teléfono, para decirle que una asistente deseaba hablar con él. Lo vi luego con la cabeza baja, escuchando sin interrupciones el mensaje que antes me habían dado a mí. Le decían que su madre estaba muriendo.

Recuerdo que fue mi abuela quien me regaló un par de libros cuando cumplí ocho años: Tom Sawyer y Hombrecitos. Me gustaría tener esos ejemplares conmigo, pero los he extraviado. Eran de tapa dura, editados en colecciones juveniles, con ilustraciones y ninguna nota biográfica sobre los autores. Me basta cerrar los ojos para ver de nuevo sus portadas, justo como el primer día que los vi, en la casa de unos amigos en ciudad de Guatemala, donde mi familia vivía por esos días.

Fue también mi abuela quien sacrificó un par de horas de su tiempo para llevarme de paseo y hablarme sobre la muerte. Llegué llorando con mi mamá -yo tenía cinco años-, preguntándole si era cierto que mi abuela moriría dentro de poco tiempo. Salimos a caminar por los edificios de la colonia IVU, mientras escuchaba sobre el ciclo de la vida y la esperanza en una eternidad. También me habló sobre su infancia y la forma en que el mundo había cambiado.

Ahora que ella cumple 100 años de haber venido al mundo me considero afortunado por haberla conocido. Veo su cara y recuerdo su voz al momento de escribir estas líneas. Hoy me desperté muy temprano, a las cuatro de la mañana, y lo primero que hice fue felicitarla. Gracias por tu vida, por tus historias y tu amor.

¡Muy feliz cumpleaños!

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